Quien haya caminado por las calles de grupos norteños en san diego un viernes por la noche, percibe ese retumbar: la tuba resonando, el acordeón señalando ritmo, y los sombreros desplazándose al ritmo. En este lugar, los colectivos norteños no solo enriquecen celebraciones, sino que ya forman parte del ADN local. Cada persona tiene su personaje preferido. Existen individuos que optan por los clásicos, aquellos que interpretan corridos “de los antiguos”, y otros que buscan alternativas novedosas, con melodías que relatan cuentos contemporáneos.
Asistir a música en vivo aquí puede convertirse en una vivencia inolvidable. Numerosos salones ya no pueden albergar más personas. Corre la voz acerca de eventos que se anticipan con semanas. Se decide entre amigos quién prepara la carne asada, quién lleva las chelas, y siempre se inicia la playlist con un toque norteño. El compañero que expresa, “¡Esa rola me hace evocar mi tierra!”. Y a pesar de que alguno se encuentre lejos de su hogar, la música lo traslada directamente, incluso si solo es por unos minutos.
Un rasgo distintivo de estos colectivos en San Diego es la manera en que combinan influencias. Numerosas bandas comienzan a tocar en celebraciones de cumpleaños y quinceañeras. Después, alguien los invita a un pequeño bar, luego a un salón, y sin percatarse, ya se encuentran en grandes eventos. Si se animan, su repertorio incluye rancheras, cumbias del Norte y hasta algo de rock. Esas transformaciones imprevistas atraen al público. Si te gustaría aprender a zapatear, seguro que acabarás bailando con ellos. Que no te sorprenda acabar sudando la enorme gota en el pista.
El talento de Norteamérica aquí es diverso. Existen músicos que han colaborado desde la escuela secundaria. Algunos arribaron a San Diego sin haber conocido a nadie y establecieron una nueva banda. Todos cuentan con relatos diferentes. Algunos cuentan que aprendieron a tocar el oído, “observando a los tíos en las celebraciones”, mientras que otros consideran que el Youtube fue su mentor. En realidad, la pasión y el desmadre nunca dejan de funcionar.
Y a pesar de que en ocasiones existe rivalidad entre bandas, existe un sentimiento de camaradería. ¿Rivalidad? Sí, pero de la auténtica. Cada individuo aspira a motivar más, extraer la versión más destacada de un tema reconocido o asombrarse con letras recién extraídas del horno. En las redes sociales, las personas siguen a sus grupos favoritos, comparten afiches y hasta solicitan canciones en directo por mensaje privado al acordeonista. Nadie se detiene.
Estos colectivos han sido invitados a festivales, a encuentros de cumpleaños de compañías, incluso a matrimonios en la playa. No es inusual observar que hasta los invitados se cuelan, solo para escuchar unos corridos. San Diego se transformó en ese enlace donde lo convencional se amalgama con lo contemporáneo. En esta ciudad, las bandas de Norteamérica han aprendido a leer al público. Si existe ambiente, incrementan su volumen. Si la situación está serena, empiezan con algo romántico.
Sí, existe un respeto por las raíces. Sin embargo, también existe una dosis de creatividad. No permanecen en la misma situación. Siempre innovan, incorporan sonidos, reclutan a un saxofonista, o incluso incorporan letras en inglés. Por lo tanto, preservan la esencia norteña pero le proporcionan ese toque que seduce tanto en este lugar.
Aquella persona que afirme que la música norteña es únicamente para las nostalgias, indudablemente no ha experimentado una noche en San Diego. Aquí, los grupos incitan a todos a bailar, cantar e incluso a llorar de emoción, independientemente de su procedencia.